Llevo unas semanas en las que, no sé muy bien si por suerte o por desgracia, he vuelto a la rutina. Esto es, he vuelto a imponerme unos horarios, unas comidas y unos "calendarios" para tratar de organizarme un poco la vida.
Todos sabemos en qué se puede convertir la vida de un parado (no es mi caso, pero como si lo fuera, ya que sólo -con acento- trabajo un mísero día a la semana): descontol de horarios, noches largas, mañanas demasiado cortas o inexistentes, etc. A simple vista parece un planazo, si no fuese porque tiras por la borda un montón de cosas. Tus horarios no coinciden con los del resto de la humanidad, empiezas a perder la motivación y las ganas de implicarte en nada... Y eso no puede ser. Al menos no para mi. No me puedo permitir ese lujo, porque hay más cosas en juego.
Por contra, al imponerme una rutina en la que se incluyen unas seis horas de estudio al día, más visitas al gimnasio, ensayos y demás, empiezo a sentirme un poco como Bill Murray en aquella película que da título al post. Más o menos sé a qué me voy a enfrentar cada día antes de salir de casa, con mi misma mochila, mi mismo trayecto y mi mismo sitio en mi misma universidad.
Aunque, como todo en esta vida, siempre hay alguien o algo que te sorprende y algo que nosotros podemos hacer por cambiar el día.
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