Volvió a pasar. Otra vez. Ayer, en la tercera etapa del "Giro" de Italia, un corredor profesional, Wouter Weylandt, fallecía tras una durísima caída bajando un puerto, en la que se fracturó la base del cráneo. Siempre se dice que los ciclistas están hechos de otra pasta, que se levantan de las caídas y se vuelven a subir a la bici aún con huesos fracturados. Esta vez no. Se quedó ahí. Tirado, inmóvil, inerte.
Yo he sido ciclista, a pesar de que nunca llegué a destacar. Y he dado con mis huesos en el asfalto más de una vez. Y ahora soy triatleta y árbitro de ciclismo. Es decir, sigo ligado de una manera cercana a este mundo. Por eso, cuando pasa una desgracia como la de ayer, quizá estoy más sensibilizado que el resto. Ayer cuando vi las imágenes se me quedó muy mal cuerpo, más sabiendo que era un chaval de 26 años, con una hija y que esperaba otra.
En días como estos te preguntas si realmente les merece la pena. Porque que vivan muy bien hay cuatro, contados. El resto pasan auténticas miserias sobre la bici para tener un sueldo muy normalito que con suerte les durará hasta los 35 años. Y a partir de ahí, a buscarse la vida. Y todo esto para que luego se les llame yonkis día sí, día también. Sinceramente, creo que es una profesión que merece mucho más respeto que el que recibe.
En fin, días negros para el deporte en general y para el ciclismo en particular. Desde aquí me sentía obligado a este pequeño homenaje, a este pequeño recuerdo. Descanse en paz. Otro ciclista que sube a la cima del cielo. Ahí le esperaran Ocaña, Casartelli, Sanroma, Espinosa, Kivilev y tantos otros.
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